La infancia

se merece

una ventana.

Grande

o pequeña,

pero debe

tener una ventana

donde

mirar a un árbol

tan enorme

que el deseo

de treparlo

sea imperioso.

Una ventana

donde una araña

teja

cada noche

con paciencia tenaz

la red

que va a ser barrida

por la inevitable

escoba.

La infancia

necesita

esa ventana

donde desfilen

las sombras

de los monstruos

y se pueda

reclamar

con tono urgente

el abrazo

que todo lo cura.

MARIANA Marta Finochietto

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